Aquella mañana ese rayo de luz no me
despertó, se quedó perdido en algún lado, tal vez inmovilizado entre las nubes
negras que prometían el regalo de Tláloc, el ambiente frío de mi habitación y
el calor de mis cobijas deseaban que estuvieras tú conmigo haciéndome compañía.
Tenía ganas de hacerte el amor descaradamente, de hacerte sentir amada de
verdad, no con palabras más bien con salvajes y premeditadas caricias, con besos y mordidas lascivas, quería hacerte totalmente mía, quería poseerte.
El
tiempo ha jugado vilmente con nosotros, y me ha hecho aprender el valor de los
actos realizados en el preciso momento, me ha hecho aprender que hay cosas que
no necesitan analizarse antes de decirlas o hacerlas, me ha demostrado que
a veces el deseo puede más que la razón, después de todos somos animales, quizá
con un poco más de intelecto, pero animales.
Siendo parte del grupo animal
tenemos las mismas necesidades básicas: sexo, comida, protección y
descanso. La sociedad que nosotros
mismos hemos creado nos ha hecho creer en otras necesidades. En la necesidad
producto de la necesidad. Nos ha hecho creer en la desdicha cuando no tenemos
lo que anhelamos y nos ha hecho esclavos de un trabajo que finalmente enriquece
a quien de por sí ya es rico.
A veces cuando mi habitación está
llena de silencio, cuando mi mente esta presta para procesar y
analizar esas ideas metafísicas, a veces, es cuando me doy cuenta que lo único
que me hará sobrevivir a este complejo viaje es tu presencia. Aunque tú eres un
miembro activo en esta decadente sociedad, aunque eres autómata del trabajo y
cumplir diario, aunque eres una consumidora más, eres tú, y eso me satisface
totalmente, tu risa, tus niñerías, tu tanta veces caprichosa forma de ver las
cosas, tu hermoso cuerpo y tus deseos de ser alguien en la vida me
motiva y me alienta a seguir adelante. Puedo fingir que me gusta vivir aquí con
ellos, pero sólo es soportable cuando tu presencia eclipsa todo lo que esta de más. Le das sentido a un sofá caro
y elegante, y le das valor a un sofá barato y viejo, tú tienes el poder de
convertir una simple cama en un hogar, en ese cálido lecho donde nos hacemos
uno, donde el tiempo no corre, donde la humanidad no importa, donde solo somos
tu y yo.
Al final el sol vuelve a vencer a
las nubes y a la oscuridad. El cielo abre feroz su eterno azul mientras las
nubes cambian tímidamente su triste gris por un blanco algodón y se lamentan
por haber tenido la desfachatez de retar al astro rey. El sol vuelve a calentar
todo de nuevo, incluso mi cabeza, y me hace volver a la realidad crudamente y
de golpe, para darme cuenta que sólo estoy yo, nuevamente, trabajando,
esperando aprender de los caprichos de la vida.